Jason Statham lleva más de 20 años protagonizando cintas de acción de mayor o menor calidad, de mayor o menor éxito. El actor británico se ha convertido en una leyenda del género y hoy, verle en pantalla, es sinónimo de explosiones, tiroteos, y secuencias de combate donde relajarse nunca es una opción. La película de la que hoy os vengo a hablar no es muy distinta e implica a un director muy conocido, y no siempre para bien, por los fans de los videojuegos.
Tras varias entregas de Resident Evil a sus espaldas, y una discreta adaptación de Alien vs. Predator, Paul W. S. Anderson fue llamado a filas para modernizar una de esas cintas de acción de serie b memorables de mediados del siglo pasado en la que participaba un joven Sylvester Stallone de la que ya os habló mi compañero Chema Mansilla. La idea detrás de Death Race: La carrera de la muerte se ofrecía bastante interesante para ofrecer un show sin complicaciones al espectador, y Anderson ya había demostrado su capacidad para este tipo de producciones.
La premisa argumental detrás del film es bastante sencilla. En un futuro cercano, a un conductor de carreras profesional llamado Jensen Ames (Jason Statham) le tienden una trampa para acusarle de un crimen que no cometió. Él se verá obligado a participar en una carrera mortal para ganar su libertad en un mundo donde el público está falto de grandes emociones y enciende la televisión para ver cómo convictos en coches de carreras luchan hasta el final entre sí.
Uno, dos, ultraviolento
Ya os podéis imaginar que esta no es una película que haga precisamente un alegato por la paz y el juego limpio sobre la pista, sino todo lo contrario. Death Race: La carrera de la muerte no deja de ser un battle-royale a lo Mario Kart cambiando los plátanos resbaladizos y caparazones por un arsenal explosivo en el que es un milagro que alguien pueda llegar a sobrevivir más de dos carreras.
Pero Death Race: La carrera de la muerte es también una cinta de vehículos de carreras en el que se utilizaron una treintena de coches —empezando por el Ford Mustang GT del protagonista— que, ahí viene la curiosidad, necesitaba un equipo de hasta 85 mecánicos pendientes de ellos para tenerlos a puntos para cada una de las escenas de la producción. En total, cada auto tuvo una inversión de cerca de 300.000 dólares haciendo que hacer esta película tuviera un coste entre 45 y 65 millones de dólares, quizás demasiado para una cinta de nicho.
Dónde ver Death Race en TV
A nivel de crítica Death Race: La carrera de la muerte se quedó en tierra de nadie encontrando reacciones muy negativas al exceso de violencia en el film. El público fue más benévolo con su propuesta y a día de hoy supera de forma holgada el aprobado en las principales webs de reseñas. Si te apetece sacar conclusiones, esta noche echan la película a partir de 22:40 en FDF. Si no llegas a tiempo te alegrará saber que puedes disfrutar de ella en SkyShowtime.