La actriz que salvó la ciencia ficción y arruinó a su estudio al darle una oportunidad al proyecto que nadie quería. Sin ella no existiría Star Trek

  • Lucile Ball fue la única que confió en Star Trek y accedió a filmar su episodio piloto

  • El éxito de la saga galáctica fue una victoria agridulce para su estudio

Being The Ricardos
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Aunque es mucho más conocida en Estados Unidos por ser ese su país de origen y es fácil que a los más jóvenes del lugar su nombre no les suene en absoluto, la serie I Love Lucy, conocida como Te quiero, Lucy en España y Yo amo a Lucy en Hispanoamérica, está considerada la sitcom más influyente de la historia de la televisión. Sin ella no tendríamos Friends, The Big Bang Theory o Cómo conocí a vuestra madre. Y sin su actriz protagonista no tendríamos Star Trek y, de rebote, tal vez tampoco Star Wars y franquicias similares.

Se llamaba Lucile Ball y, junto a su marido Desi Arnaz, crearon la comedia de televisión I Love Lucy que se convirtió en todo un éxito durante seis temporadas mientras asentaba las bases de producción, grabación y estilo de series similares. La historia de cómo explotó aquel éxito y sus consecuencias la recogió Aaron Sorkin en Being the Ricardos, la película disponible en Prime Video con Nicole Kidman y Javier Bardem que nos muestra una de las semanas en el rodaje de la serie, pero para lo que nos interesa de esta historia y la revolución que supuso dentro de la ciencia ficción toca saltar un poco más adelante.

La mujer a la que le debemos la ciencia ficción de Star Trek

El éxito de I Love Lucy permitió al matrimonio crear su propio estudio, llamado Desilu Productions y, tras divorciarse, fue Lucile Ball la que compró la parte que pertenecía a su expareja convirtiéndola en una de las mujeres más poderosas de Hollywood. Fue entonces cuando Gene Roddenberry, creador de la serie original de Star Trek, acudió a sus oficinas con una propuesta descabellada que Ball ni siquiera alcanzó a comprender.

Lo que ella había malinterpretado como la historia de un grupo de artistas que paseaba por escenarios de la Segunda Guerra Mundial era en realidad un western espacial que iba a costar la friolera de 15.000 dólares por episodio. Una cifra capaz de marear a cualquiera por aquella época que, a mediados de los 60, suponía el equivalente a gastarse medio millón de euros por capítulo.

Rechazada por otras cadenas, la junta de Desilu Productions instó a Lucile Ball a darle carpetazo al asunto para limitarse a producciones propias más baratas como The Dick Van Dyke Show o Misión Imposible, pero la actriz y empresaria se fio de su instinto y dio luz verde no sólo al piloto, sino también a un segundo piloto que desatascaría su emisión para empezar a emitirse en NBC.

La mala suerte quiso que el coste de aquellos carísimos episodios pusiese en jaque al estudio y Lucile Ball se vio obligada a vender Desilu Productions y sus proyectos a Paramount. Estuvo a apenas 6 meses, a finales de una segunda temporada para la que ya habían grabado los episodios, de vivir de primera mano la explosión de Star Trek que, para entonces, ya bajo el paraguas de Paramount, empezó a emitirse en más de 60 países y hacer que el dinero subiese como la espuma. Pese a que tuvo razón al apostar por la serie, fue una victoria agridulce.

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