La clave para convertir la IA en una superinteligencia está en un secreto con más de 2.300 años que ya estudiaba Aristóteles: la sintiencia

La clave para convertir la IA en una superinteligencia está en un secreto con más de 2.300 años que ya estudiaba Aristóteles: la sintiencia

  • La idea de que nuestro cerebro es un superordenador nos acerca a una IA superior

  • Los conceptos que nos llevan a esa superinteligencia se remontan a la antigua Grecia

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Rubén Márquez

Editor - Trivia
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Es curioso cómo las palabras de algunos de los primeros científicos siguen resonando a día de hoy. Incluso para conceptos tan modernos y actuales como la IA, la ciencia sigue acudiendo a discursos como el que pronunció hace más de 2.300 años para encontrar el camino a seguir. De hecho, hay quienes creen que la clave para alcanzar una superinteligencia para las máquinas está en cómo Aristóteles categorizó la vida sobre la Tierra.

Con la intención de poner orden en todo lo que nos rodea, el filósofo y científico griego separó la vida terrestre en conceptos como si tenían sangre o no, o si vivían en tierra firme o en el agua, pero su categorización más influyente fue la que acudía a lo que él daba a conocer como la división del alma. Nada que ver con el concepto religioso actual.

Aunque la ciencia moderna evitó usar ese mismo concepto por razones empíricas, la clasificación actual sigue el mismo principio. Uno que ahora, según la filosofía moderna, resulta clave para alcanzar una superinteligencia artificial que no queda tan lejos como podríamos pensar.

Aristóteles, la IA y la superinteligencia

La separación que realizaba Aristóteles se agarraba al concepto de alma para separar la vida en tres categorías. En la base de la pirámide estaba el alma vegetal, la que permitía funciones básicas de alimentación y crecimiento relativas a las plantas. Por encima quedaba el alma sintiente, relativa a la capacidad de percibir el entorno. Por último, estrechamente relacionada con los humanos y a la cabeza de la pirámide evolutiva, estaba el alma racional que permitía la inteligencia, la conciencia y la imaginación.

Abandonado el concepto de alma por razones obvias, la idea fue evolucionando hacia lo que hoy conocemos como los tres grados de conciencia: sintiencia, sapiencia e individualidad. Mientras que la primera se agarra a las sensaciones y emociones que puede experimentar un cuerpo, valiéndonos a día de hoy para entender situaciones complejas como el marco legal que protege los derechos de los animales, las otras dos llevan esa sintiencia un paso más allá.

La sapiencia eleva la conciencia para ir más allá del dolor, permitiéndonos reflejar nuestra experiencia en nuestra respuesta al mismo. Por ejemplo, ser conscientes de que es el mayor dolor que has sentido nunca, va más allá de esa sensación primaria. Por último, la individualidad se sitúa un escalón por encima para representar la conciencia de quiénes somos y qué lugar ocupamos en el mundo y lo que nos rodea, lo que va más allá de recordar un pasado o pensar en el futuro.

En una reciente entrevista, el filósofo Jonathan Birch explicaba cómo la sintiencia, ese primer escalafón de conciencia, resultaba clave para entender hacia dónde se dirige la IA. El último libro del profesor de la London School of Economics and Political Science se agarra al concepto para explicar cómo la inteligencia artificial está intentando saltarse esa escala evolutiva, mostrando con ello un tipo de inteligencia que no puede separarse del concepto artificial.

El cerebro como un superordenador

Birch explica que alcanzar ese racionamiento por la vía computacional ha creado, en cierto sentido, una tercera categoría en esa citada separación. Digamos que la IA está a las puertas de poder ser más inteligente que un ser humano, pero lo ha hecho saltándose la sintiencia que nos ha llevado a nivel evolutivo hasta el lugar en el que estamos como humanos.

Alcanzar el punto en el que la IA pase de ser una inteligencia artificial a una superinteligencia -así, sin la coletilla de artificial-, pasa inequívocamente por ese concepto de sintiencia. Algo que podría resultarnos descabellado a día de hoy, pero que según el propio Birch no está tan lejos: "Podría ser que para obtener una inteligencia sobrehumana se necesite algún nivel de sintiencia. No podemos descartar eso tampoco; es totalmente posible".

El filósofo y científico mantiene que frente a la idea de que alcanzar la sintiencia requiere un cuerpo real, puede que ese acercamiento también sea caduco: "Ahora, hay una perspectiva en la filosofía, llamada funcionalismo computacional, que argumenta que la sintiencia, la sapiencia y la individualidad podrían ser simplemente los cálculos que se realizan en lugar del cuerpo en el que están situados. Y si esa visión es correcta, entonces es totalmente posible que al recrear los cálculos que realiza el cerebro en los sistemas de IA, también recreemos la sintiencia".

Anclada en la idea de que nuestro cerebro es una supercomputadora, la teoría computacional de la mente se basa en reducir todo lo que se nos pasa por la cabeza en una serie de cálculos determinados por un sistema de reglas. Sin embargo, la idea de que las máquinas puedan llegar a pensar inevitablemente nos arrastra hasta otro callejón sin salida: el de plantearnos hasta qué punto todo lo que pensamos es realmente calculable o reducible a unos y ceros.

Imagen | Jeanmarie en Midjourney

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