Fue una de las misiones submarinas más complejas y peligrosas de la historia
El submarino Trieste II fue clave para recuperar las cintas enviadas desde el espacio
Plantéate esta situación. Estamos en medio de la Guerra Fría y Estados Unidos ha conseguido capturar algunos de los secretos mejor guardados de Rusia. Las imágenes, captadas por un satélite espía, son capaces de darle la vuelta al conflicto, así que el gobierno estadounidense las encapsula en el espacio y las manda a la Tierra para que sean estudiadas. Al entrar en la atmósfera, la cápsula pierde su paracaídas y se estrella contra el océano hundiéndose a 5 kilómetros de profundidad del Pacífico.
Al desastre no le vale con descansar en el lecho submarino, la cápsula se ha estampado contra el Océano Pacífico con una velocidad y fuerza de 2.6000 G, así que desde los servicios secretos se desconoce en qué estado ha quedado la cápsula o si queda algo que recuperar, pero a la necesidad de descubrirlo se suma la urgencia de una situación en la que, si milagrosamente se ha salvado, las duras condiciones del mar pueden terminar arruinándolo todo. Hay que actuar, y hay que hacerlo rápido.
La misión secreta que revolucionó la exploración submarina
La Marina de Estados Unidos, en colaboración con la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial, tiene que descender hasta allí y recuperar lo que sea que haya quedado porque, de lo contrario, las fuerzas rusas podrían hacer lo propio y desbaratar todos sus planes. Tras trabajar durante semanas y realizar pruebas de recuperación controladas, utilizaron el submarino Trieste II para intentar hacerse con el material antes que los rusos.
Creado para llegar hasta grandes profundidades, un hito que había conseguido la anterior versión del submarino tras descender en la Fosa de las Marianas, el punto más profundo de la Tierra, el Trieste II era su mejor opción para hacerse con el paquete. Ataviado con un gancho similar al que se utiliza en las clásicas máquinas en las que pescas muñecos de peluche, la marina estadounidense se echó a la mar.
Al fuerte oleaje de la superficie se sumaban dos problemas aún más complejos, una presión extremadamente alta que obligaba al peculiar submarino a moverse lo más lento posible, y unas condiciones de visibilidad casi nulas que hacían muy difícil encontrar lo que, a grandes rasgos, era una aguja en un pajar.
Tras días de misión, la cápsula fue encontrada y recogida por el sumergible mientras, por culpa de la presión oceánica, veían como parte de las películas que debían recuperar se deshacían convirtiéndose en polvo y fundiéndose en una nube marrón sobre el lecho marino. Milagrosamente, tres de los cuatro contenedores que esperaban recuperar se pudieron transportar a tierra firme y, aunque habían resultado dañados, el hito conseguido consiguió convertirse en un antes y un después en la historia de la exploración submarina.
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