En Japón desaparecen cada año más de 100.000 personas. Lo más sorprendente de todo es que lo hacen por voluntad propia

En Japón desaparecen cada año más de 100.000 personas. Lo más sorprendente de todo es que lo hacen por voluntad propia

  • Alrededor de 100.000 japoneses desaparecen cada año sin dejar rastro

  • Lo hacen por voluntad propia y sus familias se niegan a buscarlos

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Japon Desvanecido
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Rubén Márquez

Editor - Trivia
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Rubén Márquez

Editor - Trivia

Puede que una de las cosas que más envidiamos de Japón sea su cultura y civismo. Esa serie de normas no escritas que hacen que sus calles estén impolutas mientras los ciudadanos japoneses demuestran estar a otro nivel respecto a lo que los occidentales consideramos idílico en términos de educación y respeto hacia el prójimo.

Pero tras ese alarde de humanidad ejemplar basado en el honor que nos hace creer que estamos en un planeta completamente distinto cuando viajamos hasta Japón, se esconde una realidad muy distinta que pocas veces se pone sobre la mesa. Una que, por el peso que termina mostrando en su sociedad, incluso ha terminado teniendo nombre propio entre los japoneses. Es el caso de los johatsu y los nipones que deciden borrar su rastro.

El fenómeno de los johatsu en Japón

Lo que a este lado del charco podríamos traducir como "desvanecidos", esconde un fenómeno que, según estimaciones del gobierno de Japón, afecta a alrededor de 100.000 japoneses cada año. Miles de personas que, precisamente empujados por ese código de honor que marca el devenir de su sociedad, deciden convertirse en johatsu para desaparecer de la vida pública dejando todo atrás.

Las razones que llevan a esa situación son dispares, pero todas se agarran a una idéntica dicotomía: frente al miedo a vivir el resto de sus días con vergüenza, los johatsu deciden deshacerse de todo lo que les ata a su vida actual abandonando a su familia, su trabajo, o incluso su nombre, para convertirse en un fantasma a ojos del gobierno. De la noche a la mañana, esa persona deja de existir para iniciar una nueva vida que rompa con todo lo que le ha llevado hasta esa decisión.

Es la solución que miles de japoneses abraza cada año al verse sobrepasados por el estrés laboral, la carga financiera que supone tener que mantener a su familia, o las deudas generadas por malas decisiones empresariales o vicios cuestionables dentro de la propiedad, pero también la que muchas mujeres ven como alternativa para intentar huir de una violencia de género hacia la que el gobierno japonés pone escasos e infructuosos frenos.

Pese a que la idea podría malinterpretarse a ojos de nuestra cultura como una forma de huir de todo para abandonar sus problemas, la realidad es que la decisión viene motivada por la vergüenza, por la necesidad de escapar de aquellos problemas y fracasos que resquebrajan ese modelo de sociedad perfecta por el que se vive en Japón. Destruido su honor, convertirse en johatsu supone deshacerse de ese nombre y mala fama para intentar empezar de nuevo o, en el peor de los casos, recurrir a la mendicidad en barrios donde la población de japoneses johatsu crece año tras año.

La otra vida de los johatsu

El resultado es una situación a la que aquello de "el pez que se muerde la cola" le viene que ni pintado. Según las autoridades el número de johatsu que hay repartidos por Japón es notablemente más grande que el que reflejan las cifras oficiales porque, por culpa de ese mismo código de honor, gran parte de las familias de estos desvanecidos evitan denunciar su desaparición.

Al estigma de los problemas que acarrea la familia se suma aquí el de reconocer que uno de sus miembros se ha rendido y les ha abandonado. La vergüenza de tener un johatsu en su apellido hace que, ante la mínima sospecha de que ese miembro se haya ido por voluntad propia, decidan no alertar a las autoridades por miedo a convertirse en objeto de críticas.

Es una situación aún más descorazonadora si sumamos que, en realidad, encontrar dónde están sus familiares debería ser relativamente fácil. Acudir a esos citados barrios que se han convertido en un tabú dentro de la sociedad nipona sería más que suficiente para comprobar que sus familiares viven ahora en el umbral de la pobreza mientras lidian con mafias y aprovechan lo que algunas ONGs entregan en la zona para que puedan salir adelante. Simplemente deciden no hacerlo y cortar de raíz con esa persona.

Tal y como recogían en declaraciones al New York Post algunos de estos johatsu, el único camino que les queda a la gran mayoría que no consiguen rehacer sus vidas bajo otro nombre es, simple y llanamente, el de sobrevivir: "Aquí ves a gente por las calles, pero ellos mismos saben que han dejado de existir. Nuestra huida de la sociedad fue nuestra primera desaparición. Ahora afrontamos la segunda: aquí nos dejamos morir poco a poco".

Imagen | Akinobuhidaka en Midjourney

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