Un hombre bebió 1.400 zumos radiactivos porque los médicos los recetaban. Era una bebida energética digna de Fallout

  • Tras el descubrimiento de Marie Curie, la radioactividad se convirtió en una moda

  • El Radithor con radiación se ganó un hueco entre médicos y bebidas energéticas

Hubo una época en la que la radioactividad se consideraba la última moda. Una maravilla de la ciencia a la que se atribuían poderes casi sobrenaturales y que servía prácticamente para todo, desde dejarte los dientes más blancos en formato de pasta de dientes hasta conseguir que las manecillas de los relojes brillasen por la noche.

Entre cremas faciales y maquillajes, la radiación era capaz de todo y más, desde acabar con las arrugas hasta convertirse en una suerte de elixir de la eterna juventud. Fue precisamente ese último, una bebida energética digna de Fallout llamada Radithor, la que destapó sus peligrosas consecuencias.

La radiación, la última moda

Tras el descubrimiento de los rayos X y la radiación de ciertos minerales, Marie Curie optó por la investigación de la radioactividad como el tema principal de su tesis doctoral. La idea de que ciertos materiales podían producir radiación, incluso sin una fuente de energía externa que lo motivase, no tardó en convertirse en algo fascinante para la comunidad científica.

Su descubrimiento del radio y el polonio, llamado de esa forma en homenaje a su Polonia natal, así como el aislamiento de elementos radioactivos en concentraciones puras, le valió los Premios Nobel de Física y Química a Marie Curie dando el pistoletazo de salida a la fiebre por la estructura atómica. Y antes de que alguien se detuviese a analizar qué pasaba tras exponerse de forma prolongada a aquellos nuevos descubrimientos, otra ciencia, la de conseguir dinero a espuertas gracias a la publicidad, se agarró al fenómeno sin dudarlo.

Entre los años 20 y los 30 llegaron a venderse cigarrillos radioactivos que te curaban el asma y la congestión nasal, chocolate radiactivo que incrementaba la energía para convertirte en un toro tanto en el trabajo como en la cama, y hasta se crearon spas donde la mezcla de agua y radiación se vendían como la cura perfecta para la artritis o el reuma.

Sin embargo, el más famoso de todos aquellos productos fue el Radithor. Con una mezcla de agua destilada y radio disuelto, aquella bebida se anunciaba como una cura para los muertos vivientes. Si las similitudes con la saga Fallout saltan automáticamente a tu mente al recordar la Nuka-Cola, no es casualidad.

Creada por el médico J. A. Bailey, que en realidad nunca llegó a terminar su carrera, el Radithor se ganó la confianza de cierta parte de la comunidad médica al ofrecerse una sexta parte de los beneficios de cada dosis prescrita. Con cada botellita vendiéndose por aproximadamente un dólar, que al cambio y a la inflación actual serían unos 15 euros, aquél zumo con radiación se vendió como caramelos. 

Una bebida energética a 15 euros la botella

Gran parte del éxito del Radithor en la época se lo debemos, y tal y como ocurre también hoy en día, a cómo el producto se ganó la confianza de ciertas élites que ayudaron a venderlo como el invento del siglo. De todos ellos, el más famoso fue el caso del golfista Eben Byers, que reconoció haber llegado a consumir hasta 1.400 botellas que le habían cambiado la vida. No se imaginaba hasta qué punto lo haría.

Siendo aún una joven estrella en auge, el clásico mujeriego carismático que se ganó el favor de la gente por venir de una familia influyente, Byers sufrió un accidente al caerse de la cama de un tren y romperse el brazo. Para evitar el dolor y aportarle aún más energía tanto en la pista como en la alcoba, el médico le recomendó tomar Radithor.

Por mero placebo, o simplemente por seguir el curso habitual de una dolencia similar, el dolor de Byers desapareció y él lo atribuyó al Radithor, convirtiéndose con ello en el principal embajador de la bebida. Varios años después, lo que todo eran alegrías empezaron a convertirse en severos dolores de cabeza, pérdida de peso, caída de dientes y un malestar general que terminaría triturándole los huesos.

Allá por 1931, la comunidad científica y la médica empezó a percatarse de que, tal vez, aquello de la radiación había sido una pésima idea y, para demostrar sus sospechas invitaron a Byers a testificar en contra de Radithor. La realidad era que, para entonces, el firme defensor de la bebida ya había perdido parte de la mandíbula y tenía el cráneo perforado a causa de la radiación, imposibilitando con ello que pudiese acudir al juicio.

Con 51 años, la radiación puso punto y final a su vida y las autoridades tuvieron que enterrarlo en un féretro de plomo para evitar que se convirtiese en un mal mayor. Fue aquél triste final lo que empujó a la medicina a luchar contra los productos radioactivos y, finalmente, lo que cerró uno de los capítulos más negros en la historia de la publicidad.

Imagen | Sam LaRussa, Suit

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