Parémonos un segundo a recapitular todas las veces que el mundo del cine o la cultura popular ha puesto a sus protagonistas dentro de una ballena o una gran bestia marina similar. Probablemente lo primero que te venga a la cabeza es Monstruo, de Pinocho, pero a lo largo de los años hemos visto muchos ejemplos más, desde Piratas del Caribe hasta Super Mario, de Buscando a Nemo a Final Fantasy X… De todos ellos, los únicos anteriores a la historia que estás a punto de descubrir son los de historias bíblicas y mitológicas como la de Jonás y la ballena. El resto, probablemente se remontan a lo que ocurrió en Suecia hace 160 años.
De hecho, no sería de extrañar que toda esa fiebre por las aventuras dentro de un monstruo marino que terminó desatando Pinocho, primero con la novela y posteriormente con la película de animación de Disney, viniese también de ese mismo relato. Apenas 19 años antes de que se publicase la primera edición de Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, una ballena decidió acercarse demasiado a la costa de Gotemburgo.
Comer dentro de una ballena
A diferencia de lo que ocurre hoy en día, cuando se intenta ayudar e incluso remolcar a ballenas varadas para que puedan volver al océano tras haberse desorientado, en 1865 que un animal de ese tamaño llegase a las costas sólo podía significar una cosa: carne gratis. Cuando dos pescadores descubrieron la situación, lo primero que hicieron para acabar con ella fue sacarle los ojos para que no pudiese verlos y contraatacar.
A la crueldad con el bicho le siguieron dos días de arpones, disparos y hachazos hasta que terminaron con ella, pero cuando se disponían a trocearla apareció por allí August Wilhelm Malm, taxidermista y conservador del Museo de Gotemburgo que vio en aquella ballena una oportunidad de negocio. Tras comprar al animal a sus cazadores, decidió trasladarla por piezas hasta el museo en una mastodóntica operación que implicó a varios barcos.
Sus órganos embotellados formarían parte de la colección del museo con fines educativos para asombro de quienes visitasen el lugar y el esqueleto serviría como reclamo adicional, pero lejos de quedarse ahí, tuvo una idea aún más ambiciosa para la piel de la ballena: la aprovecharía para crear una réplica del animal.
El resultado fue una inmensa estructura de madera recubierta del material tratado que, manteniendo su boca y con un mecanismo que la convirtiese en una llamativa puerta, permitiría a los asistentes entrar por sus fauces y sentarse en el interior del animal como si se los hubiese tragado.
El espacio se convirtió entonces en un emblema de la ciudad, y cuando no había visitantes sentados en sus bancos, el espacio se aprovechaba para dar conferencias políticas y dar forma a algunas de las cenas más exclusivas para la nobleza europea de aquella época.
Sin embargo, cuando en 1930 encontraron a una pareja en su interior en actitud más que cariñosa, las autoridades del museo decidieron cerrarla al público. Aunque la ballena permanece en el museo, hoy en día sólo se puede visitar su interior en dos fechas clave: en el día de las elecciones, y con la visita de Papa Noel que coloca su trono en las tripas de la ballena para que los niños acudan a visitarlo en el escenario más surrealista que puedas imaginar.
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