Desde que la película de La Matanza de Texas la convirtiese en un icono, la sierra mecánica se ha convertido en una de las herramientas de destrucción más utilizadas cuando los desarrolladores de nuestros juegos favoritos quieren poner en nuestras manos la potencia de ataque más espectacular y descerebrada procedente del mundo real.
Sin embargo, aunque al pensar en su origen lo más fácil es que nos venga a la cabeza la clásica motosierra utilizada por los leñadores para cortar troncos de la forma más eficiente y fácil posible, en realidad el invento tiene muy poco que ver con la tala de árboles. Está atado al mundo de la medicina, pero la primera solución que te viene a la cabeza no es la correcta. Ojalá hubiese sido lo de cortar huesos cuando empecé a leer sobre ello.
El nacimiento de la sierra mecánica
Pese a que el diseño original está muy alejado de la sierra mecánica que hoy en día todos tenemos en la cabeza, y que el tema de las amputaciones también tuvo su parte de protagonismo en el desarrollo de la herramienta a través de los años, para encontrar el tatarabuelo de la sierra mecánica que utilizamos en juegos como Doom toca viajar hasta el año 1777. En concreto, hasta la habitación en la que Madame Souchot estaba a punto de dar a luz.
Aunque a día de hoy los nacimientos requieren intervenciones relativamente fáciles de llevar a cabo, gracias a los avances en medicina y las herramientas a las que tienen acceso los profesionales médicos, durante gran parte de la historia de la humanidad tener un hijo era radicalmente distinto.
No sólo es que no hubiese posibilidad de sedación para facilitarle el proceso a la madre, es que hasta las cesáreas eran algo que difícilmente se planteaba si había alguna complicación durante el proceso. La alta probabilidad de resultar fatal para la madre o el bebé, por cuestiones hoy en día tan triviales como el mero hecho de lavarse las manos para prevenir infecciones, hacían que todo lo que no fuese un parto natural resultase inviable.

Una de las complicaciones más comunes a las que se enfrentaban las madres era el hecho de no ofrecer un canal de parto lo suficientemente amplio para que el niño pudiese salir, quedándose atascado en el proceso y resultando fatal. A sus 40 años, Madame Souchot se enfrentaba a su quinto parto tras haber perdido a sus cuatro hijos anteriores por complicaciones durante el proceso. Sin embargo, en esa ocasión, el doctor Jean-René Sigault optó por otra solución. Valiéndose de lo escrito en el 1500 por otro cirujano francés, decidió realizar una sinfisiotomía.
El procedimiento consistía en cortar parcialmente las fibras que unen los huesos del pubis en la zona anterior a la pelvis. Al separar la articulación, se aumentaba con ello la apertura de la pelvis facilitando el paso del bebé por el canal del parto. Pese a que la idea puede resultar perturbadora hoy en día, y actualmente se considera una intervención de segunda que pocas veces se practica, la sinfisiotomía permitió que tanto la madre como el pequeño saliesen de la intervención sanos y salvos.

Apenas 8 años después de aquella primera intervención registrada, dos doctores escoceses mejoraron la sinfisiotomía de la mano de una herramienta conocida como la sierra flexible de Aitkens. Un dispositivo destinado a hacer más fácil y rápido el corte que consistía en una cadena serrada con forma de U. Anclada a la pelvis, y agarrada por cada extremo por un doctor, hacía que el proceso fuese menos traumático para los tejidos que las sierras rígidas y cuchillos que se utilizaban hasta entonces.
De la medicina a la tala forestal
El tatarabuelo de la sierra mecánica y la sinfisiotomía se conviertieron en uno de los métodos más extendidos de la época para solucionar lo que, hasta entonces, había sido una de las principales causas de problemas durante el parto. Desde ahí, la herramienta fue evolucionando ligeramente, pero no sólo para utilizarse también las citadas amputaciones.
En 1830, de la mano del cirujano ortopédico Bernhard Heine, que acostumbraba a fabricar sus propias herramientas para las intervenciones, nace un diseño mucho más cercano a la sierra mecánica que hoy en día conocemos. Valiéndose de una manivela, en vez de energía eléctrica o gasolina, una sierra infinita giraría permitiendo realizar esas mismas intervenciones sin necesidad de una segunda persona que colaborase en el proceso.

Aunque las cesáreas aún tardarían varios años más en superar a la sinfisiotomía, el avance de la medicina, sumado a los cerca de 300 dólares que costaba el invento, y que hoy en día equivaldrían a unos 30.000 euros actuales por cada cacharro, hicieron que la idea de la sierra mecánica de Heine no llegase a utilizarse para ese cometido, pero sí terminó sirviendo para otras intervenciones.
Tocaría esperar hasta el año 1897 para que la idea de una sierra infinita con manivela diese el salto del quirófano a la tala forestal, de la mano de una versión tan inmensa como similar que, por requerir que se utilizase una grúa para poder hacerla funcionar, no tuvo mucho éxito.
Sin embargo, la evolución del salto de la medicina a la industria maderera no se detuvo en ese fracaso. En 1905, el leñador Samuel J. Bens patentaba otra sierra infinita similar basada en el invento de Heine que, aunque tampoco consiguió hacerse un hueco en el mercado, allanó el camino para todo lo que vendría después. En concreto, la primera sierra mecánica portátil que, manivela en mano, patentó el canadiense James Shand una década después.
En 1926, el mecánico alemán Andreas Stihl, patentaba la primera sierra eléctrica, seguida tres años después de una versión que funcionaba con gasolina. De ahí, el inventó que empezó en una sala de parto fue saltando de versión en versión y de compañía en compañía hasta alcanzar la sierra mecánica que hoy en día todos conocemos y que vemos a menudo en manos de jardineros y leñadores en el mundo real, y como el arma perfecta para masacrar demonios en el mundo virtual.
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