Conocemos la historia al dedillo y, en gran medida, se lo debemos a cómo James Cameron consiguió retratar la tragedia del Titanic apostando por el realismo más minucioso posible respecto a lo ocurrido durante su accidente. Sin embargo, toda esa información no llegó de forma instantánea y, durante los meses posteriores al hundimiento del transatlántico, las habladurías sobre lo sucedido no tardaron en aflorar.
Lo hicieron, además, con la suficiente fuerza para que el prestigioso Washington Post dedicase un extenso reportaje a la que, para muchos de los ciudadanos de la época, fue la verdadera culpable del hundimiento del Titanic. Si ahora todos tenemos claro que el principal culpable fue un iceberg, en aquél momento todo apuntaba a Unlucky Mummy, la Momia de la mala suerte.
Lo que la prensa de 1912 contó sobre el Titanic
No hace falta que nos detengamos mucho en la base de lo ocurrido, pero por si hay algún despistado que se nos haya quedado atrás y no haya visto qué pasó con Jack al sumergirse en un agua de -2 grados de temperatura, tal vez sea adecuado explicar qué ocurrió con el Titanic más allá de la película de James Cameron.
En abril de 1912, el RMS Titanic chocó contra un iceberg por culpa de la baja visibilidad de la noche, lo que sumado a que la cuestionable elección de materiales con los que se construyó el barco, y un puñado de malas decisiones a nivel humano, terminó hundiendo el barco con los 2.225 pasajeros que viajaban a bordo. Sólo sobrevivieron 712 personas. Lo que nos interesa para esta historia, en cualquier caso, era precisamente lo que el Titanic llevaba a bordo.
Poco después del hundimiento se dio a conocer en la prensa que, entre la carga del Titanic, se encontraba una legendaria pieza del Museo Británico que se había enviado a Estados Unidos para una exposición. Quienes se agarraron a esa historia explicaban que la pieza en cuestión era un artefacto antiguo con la momia de la sacerdotisa egipcia Amón Re, que databa de entre el 950 y el 900 a.C.
Por aquél entonces aún quedaban 10 años para que Howard Carter descubriese la tumba de Tutankamón haciendo explotar por completo la fiebre de la egiptología, pero las expediciones arqueológicas y la fascinación por las pirámides ya habían hecho de las suyas entre la población. Para quienes cubrieron la historia, el motivo detrás del hundimiento del Titanic estaba cristalino, había sido una maldición de la momia.
Que apenas unos años antes un reputado periodista, Bertram Fletcher Robinson, hubiese fallecido mientras investigaba la momia de la sacerdotisa, se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para las teorías más descabelladas. A partir de ese punto se le pasó a conocer como la Unlucky Mummy o la Momia de la mala suerte. Una historia que, tras la publicación póstuma de las pesquisas de Robinson, y su relato sobre cómo la pieza había traído la desgracia a quienes se cruzaban con ella, alimentó aún más su leyenda.
La historia de la Unlucky Mommy apadrinada por Sherlock Holmes
Rodeada de mala fortuna desde que fue descubierta, la pieza pasó de mano en mano entre ladrones de tumbas y cazadores de tesoros hasta que, asustados por la desgracia que parecía traer consigo, la pieza fue regalada al Museo Británico en 1889. Las historias sobre ella relatadas por Robinson se amplificaron aún más de la mano de su buen amigo Arthur Conan Doyle, creador del personaje Sherlock Holmes, y llegaron hasta los oídos de otro periodista, William Stead.
Quiso la casualidad que el propio Stead fuese a bordo del Titanic y que, tras explicar la historia de las desdichas que traía la sacerdotisa Amón Re entre los viajeros con los que compartía mesa, provocó que la leyenda sobre la Momia de la mala suerte se retorciese aún más. Algunos terminaron dando por hecho que el artefacto viajaba en el propio barco y que, como consecuencia, el barco se había hundido como parte de la maldición.
Hubo que esperar hasta 1985 para que la Sociedad Histórica del Titanic compartiese la lista de todos los bienes que había registrados a bordo del barco cuando, como era de esperar, se demostró que no había ningún artefacto egipcio a bordo. De hecho, la llamada Momia de la mala suerte ni siquiera era una momia, sino la tapa de madera y yeso un sarcófago que, en cierto momento de la historia, cubrió la momia de una mujer.
Si en algún momento tienes la suerte de visitar el Museo Británico, te bastará con visitar la sala 62 para descubrir que, en realidad, la pieza arqueológica sigue descansando allí como si nada. El único registro de que haya salido del museo es de 1990, cuando formó parte de una exhibición temporal, pero eso no ha impedido que la leyenda sobre ella crezca con el tiempo. De repente tengo muchas ganas de ver una nueva versión de Titanic con la momia como protagonista. Anímate, James Cameron.
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